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Lo de Fuentes
Despierta temprano, con las primeras luces del alba que asoman por la ventana. Casi siempre lo confundieron con un hombre rudo dado su tamaño y la gravedad de su gesto, con la barba cerrada haciendo sombra y unos tatuajes que dan la impresión de haber sido improvisados. Entra en la ducha soñoliento para terminar de despertar al tiempo del aseo. Todo calculado, disciplina por los cuatro costados, así lo ha conseguido todo, incluso esa fama que aparte de rudo lo tilda de austero.
Viste su uniforme como quien viste sus mejores galas, siempre lo hace. Impecable hasta en el más mínimo detalle, perfumado sin exceso, el anillo brillante y el reloj bien ajustado. Desayuna con garantías de proveerse de reservas, otra de sus máximas, pues hasta que llegue la comida pasarán un buen puñado de horas y en ellas siempre hay exigencia.
Repasa en su cabeza el orden del día, café en mano, divagando en líneas de pensamiento que le vienen distrayendo. Y es que últimamente anda raro, algo así como ausente a ratos, los más cercanos lo comentan a sus espaldas, sin mayor intención que corroborarlo «algo le pasa a Fuentes». No ha vuelto a ser el mismo desde aquella noche junto al puente. En comisaría no se habla abiertamente de ello, pero siempre hay esa sensación de murmullo constante. «Cuatro policías reducidos a golpes por una joven desnuda», así rezaba el titular del diario local.
Fuentes nunca ha sido de los que hace mayor muestra de autoridad y vigor parapetado tras la placa. Está al mando de un grupo de patrulleros, siendo siempre más líder que jefe y sus subordinados lo agradecen. Respeto ganado a pulso, aunque el dichoso suceso del puente le haya hecho tambalear, al menos, del uniforme para adentro. Por eso quizá se ha vuelto aún más meticuloso en los procedimientos. No baja nunca la guardia estando de servicio, el problema reside en que no llega a desconectar ni cuando llega a casa. Su mujer le da su espacio, pero el hermetismo de su marido empieza a pasarle factura. Nadie, ni su esposa, ni sus mandos, ni sus compañeros llegarán jamás a imaginarlo. Lo que inquieta sobre manera a Fuentes no es haber saboreado el polvo y la derrota a manos de una joven, sino la belleza y la firmeza de esta, que regresa a su cabeza llenándolo de deseo, una vez y otra y otra y otra…
